miércoles, 5 de noviembre de 2008

OCÉANO

Una sensación de inmensidad agarrotaba todos sus músculos. Al principio, cuando se zambulló en el agua color turquesa, su cuerpo experimentó placer, frescura y libertad. Sus ganas de descender lo más posible le proporcionaban una felicidad que hacía mucho tiempo que no sentía. Pero ahora ya no. El silencio y la oscuridad hicieron que tomara conciencia de su situación. El terror y la angustia impedían que sus movimientos ascendentes estuvieran sincronizados y resultaran eficientes. Su cuerpo desnudo empezaba a entumecerse, a petrificarse, como si no le perteneciera, como si una fuerza ajena y diabólica le estuviera poseyendo. El intenso dolor de sus articulaciones, la falta de oxígeno y la desesperación que sentía estuvieron a punto de hacerle perder la consciencia, pero, finalmente, una temblorosa luz amarillenta se vislumbraba ante sus ojos apenas entreabiertos. “Un último esfuerzo y estoy fuera”, pensó. La superficie estaba ahí mismo, pero nunca llegaba. Los últimos instantes fueron eternos, teñidos al mismo tiempo de una continua incertidumbre y de la esperanza de la salvación. “Me estarán esperando en el yate. Sólo quiero acostarme y olvidar todo esto”, pensaba mientras ya casi podía oler el viento del océano.
La luna iluminaba la gran mancha negra. Hacía frío. El tiempo había desaparecido. No veía ni el yate ni a sus amigos. Estaba solo.

martes, 4 de noviembre de 2008

EL PIANISTA

No oye nada, sólo su piano. Una joven pareja discute y se ama entre café y café. Las cuatro y media. Un débil haz de luz penetra por una esquina del local. Un anciano relee su periódico como si le fuera la vida en ello. Las cinco y cuarto. Los aromas de la tarde se cuelan entre la ropa de la gente que entra. El sudor empieza a caer sobre las teclas como la lluvia que sacude los cristales y la calle. Movimiento, humo, risas, sonidos de cristal son el marco de la tarde encerrada entre las paredes de aquel local. Las siete y media. Las desgracias y las alegrías del día flotan en el aire sin que nadie repare en ello. Sólo el pianista parece saber que existen porque se deslizan entre sus dedos. La noche. Luces, sombras, aromas, murmullos... Todo, un nudo mundano. Él no oye nada, sólo su piano.