miércoles, 13 de mayo de 2009

III

círculos de cielo corren por tus venas ancestrales arrastrando laberintos desbocados en un sinfín de torrentes enmudecidos por la cadencia ocre de tus muslos de oxígeno pueril por el clamor de tu piel urdida con espigas de centeno por tus rizos de sangre surcada por veleros que recuerdan los estanques inmóviles de la niñez por jardines de plácida soledad enredados para siempre entre la carne de tu vestido
II

la nieve no se consuela con las metáforas que se esconden en los pliegues nocturnos y abrasadores de tu piel borrosa efímera como rosario de briznas agitadas por un eolo vertiginoso y tirano en la tormenta que encadena los últimos salmos salidos de la concupiscencia de tus tenaces senos moribundos
I

una hoguera en el llano que se convierte en tumultos de rosas con pétalos de piedras transparentes en un mar de caricias eternas donde todas las mujeres soñadoras perfuman la noche etérea donde las auroras huelen a escarcha recién sembrada entre tus manos balsámicas y egocéntricas y mis labios puentes de melancolía por donde vuelan los caballos mensajeros del olvido se apoderan del vasto silencio que emerge lúgubre de los bosques rojizos del desaliento

jueves, 16 de abril de 2009

XVI

Vuela el fuego derramándose sobre los caserones
impíos y apóstatas de las pulcras rameras bañadas
en el vino y la miel torturados entre hálitos rosas.

XV

Carnehiedra en giralunas,
hierbaviento en airesferas,
arlequines de madrugada en los aguapuentes de mi infancia.

XIV

Cansado de atravesar fronteras vacías,
arrastra su lánguida prisión entre encinas y mares.
Sus pies son espadas clavadas en el marfil de la aurora.

miércoles, 15 de abril de 2009

XIII

La tormenta había descifrado el canto de los pájaros,
la lluvia, amamantado el aire lascivo de los amantes,
el silencio, conquistado la tierra con su muda palabra.

XII

El frío roce de tu silueta en mi mirada
es una esquiva sombra dolorosa
que se posa en los laberintos de mi agonía.

XI

En la mesa sobrecogida, una reyerta de papeles,
y la puerta enloquecida por el viento vigoroso
deja paso a la tristeza entre gotas de aguanieve.

X

Una ladera esculpida de metamorfosis florales,
una montaña de arterias de piedra brumosa,
un cielo que aprende los ecos de la melancolía.

martes, 3 de marzo de 2009

IX

Los días, una alambrada de huracanes
que esclavizan a dentelladas
las manos limpias de los inocentes.

lunes, 2 de marzo de 2009

VIII

Se descompone la cintahierba
en jironesmusgo, en sangremiel,
en tu craneocielo converso e infinitesimal.

VII

Un vergel tus muslos de acero lánguido,
un manantial tus pechos de oro lívido,
un abismo tu verbo pérfido.

viernes, 27 de febrero de 2009

VI

Una mano en la garganta,
la otra en tus entrañas.
El placer es el único eco de nuestras venas.

V

En el pozo las aguas derraman sus flemas,
en los árboles senos floridos amamantan
la última luz del universo.

IV

Con el látigo abriendo nuevas atmósferas
en el papel desnudo y cóncavo:
así brotan los trisemas, tierra de mi propia carne.

jueves, 26 de febrero de 2009

III

Cuando el trapecista abandonó la lona escarchada,
el sonido del frágil tambor de marfil
le dibujó un charco de sangre a sus pies.

II

Una puerta en la ventana de la aurora
refleja los soles manchados
de mil batallas bajo mi piel.

I

Bajo la muerte segura de blanca sonrisa
una selva de murmullos hambrientos
anuncia el juego de una arboleda con niños.

miércoles, 14 de enero de 2009

CÚMULOS - POR ENCIMA DEL HORIZONTE (II)

La ascensión es lenta,
y en ella toda mi sangre revolotea
soltando ya los temores y las angustias.
La levedad se va apoderando de mi carne exhausta,
que ya se va olvidando hasta de la misma esencia.

Mis ojos, pergaminos viejos y mohosos,
proclaman nuevas visiones sin tormento ni amargura.
Hay calma en el horizonte,
bóvedas cristalinas sobre las jocosas montañas,
templos silenciosos en las laderas del cielo.

La última luz del día hiere mi pecho muerto,
y la sombra de un ave solitaria
me arrastra hacia mi último y eterno viaje.

sábado, 10 de enero de 2009

CÚMULOS - A RAS DE TIERRA (I)

Dejo la tierra lentamente.
Asciendo crucificado con alas de dolor.
El viento envuelve mis pies en remolinos cálidos y
mis ojos comienzan a ver entre alambradas y olivos.

Aún puedo oler la hierba bajo mis pies inertes.
Y este olor carnal y primitivo me trae
mis primeros recuerdos a ras de tierra:

el silbido de un violín atormentado por azucenas negras,
el lánguido caminar de los cadáveres destronados,
la sangre amontonada en lúgubres pocilgas,
muecas que se desvanecen en el aire adormecido,
mudas golondrinas en la gárgola fría y poderosa.